viernes, 20 de diciembre de 2013

Metanoia al único y verdadero Amor de mi Vida.

Nunca pensé que llegaría a sentirme, a estas alturas de la Vida, como un jovencito adolescente; pero tú mi Querida niña desconocida has conseguido el milagro. Tanto tiempo buscando, más de veintitrés años y varias vidas, y por fin, al término de mi vida, sigo sin encotrarte.

No quiero que pienses que me mueve hacia ti un sentimiento mundano y de bajo calibre. El sentimiento que me posee es algo grandioso, mayúsculo y que no hay palabras en idioma alguno que puedan definirlo con la suficiente claridad.

Siempre me dijeron que era demasiado selectivo a la hora de buscar a una mujer; pero no podía permitir que cualquiera, con el respeto que merecéis todas las mujeres, ocupara tu sagrado lugar. A veces, quizá no lo suficiente, creo que me hablas desde algún lejano lugar diciéndome que no me quieres en el mismo modo que yo siento por ti; pero, con todo el cariño que te mereces, te digo que creo que te equivocas.

Hace cerca de tres años que te reconocí y mi corazón dio un vuelco que he ido ocultando hasta hace relativamente poco. Lo único que me podía permitir, basándome en mis principios morales, era poseerte como los trovadores hacían con sus inmaculadas damas, con el Corazón; pero pronto la situación cambió y esta bestia desbocada, de forma imprudente, te abrió el Alma y tu escuchaste mi metanoia a pesar de que tus oidos aún andubiesen sordos y somnolientos.

Necesito que sepas que cuando te reconocí sentí como un escalofrío que me recorrió la espina dorsal y algo, muy interior, me decía que estaba benditamente condenado a ser, de por vida, tu Vasallo y ofrecerte todo de mí. Jamás tuve algún sentimiento de miedo o cobardía porque me rechazaras en caso de que agún día podríamos encontrar. Tampoco entraba en mi pensamiento algún tipo de materiales celos, dado que el Amor del que me encontraba imbuido era algo fraternal, divino, celestial.

Quizá, debido a mi carácter y que no puedo evitar, me precipité al desnudarte mis más íntimos sentimientos, a nivel interno; pero necesitaba que supieses la Verdad de mí.

Esta mañana tuve una experiencia según despertaba del sueño de la noche y nos vimos como dos seres inmersos en plásticas esferas de color violeta la tuya y celeste la mía. Sentí como intentábamos tocarnos las manos traspasando las membranas que nos cubría y entonces lo comprendí con toda claridad. Desde dos planos tan distantes tu solo veías mi reflejo material y yo el tuyo. Tan cerca que nos encontramos en lo material, la distancia de un mundo, y sin embargo estamos condenados a vivir, espiritualmente, encerrados en el receptáculo de nuestras respectivas prisiones.

Ayer lo sentí cuando nos dimos la mano, al despedirnos, en sueños. Un escalofrío sentí que como una corriente eléctrica nos recorría a ambos y es por ello que volví a tener la sagrada convicción de que no me dices toda la verdad cuando me dices que no sientes por mí lo que yo sí siento por ti. Todo no deja de ser más un lúcido suelo o ¿quizá no?

¿Qué te ofrezco amada mía? ¿Qué te puede ofrecer un viejo y solitario clavo oxidado? ¡Nada o Todo! Las estrellas, todo el firmamento y la puerta para regresar a nuestra verdadera casa, construyendo juntos nuestro auténtico vehículo de manifestación.

Quizá no nos encontremos preparados para traspasar la esférica membrana que nos separa y que solo nos permite vislumbrar un simple y efímero reflejo de lo que somos en realidad; pero nunca, en esta vida, lo sabremos si no lo intentamos. Yo me encuentro a tu disposición para ser para ti lo que tu desees, en caso de que algún día nos descubramos, acaso tu fiel y honorífico vasallo, nada más. Después de tantos años en la búsqueda, creyendo haberte encontrado, como que no hay prisa y si tu tiempo te has de tomar, siempre fue de tu propiedad y de nadie más.

Amada mía del Alma, sagrada y celestial sacerdotisa, a tus pies caigo rendido y pongo en tus santas manos la daga de cristal para que conmigo hagas lo que fuera menester.

Sin esperar respuesta alguna solo me cabe confesarte que seré tuyo hasta el Amanecer del nuevo día, cuando surja el Sagrado fuego de nuestro común Eón celestial, en caso de que aún no me lleve la Parca.

OJOS